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teresarojo2010

24 de enero 1987-23 años. Culminación de un proceso de reinado

24 de enero 1987-23 años. Culminación de un proceso de reinado

Nadie me había dicho que cuando despertara ya no sería reina, sino esclava de un bebé insaciable y pequeño tirano que no entendía de esperas ni demoras.

No hubo tiempo de transición. Ese tiempo lo pasé anestesiada. Media hora fue suficiente para que la vida que bullía en mí, pasara a ser independiente, pero a la vez enormemente necesitada de mí.

“¿Qué grande!”. ¡Cómo no, con 4kg. Y 300 gr.! “Qué precioso, claro como no ha sufrido nada al nacer!”.

Todos tenían explicaciones para todo, palabras de satisfacción y alegría para él, ¡maldito bebé!, pero y yo??????…………

¿Quién se acordaba de mí? ¿Dónde quedaban esas charlas y esos ejercicios respiratorios para el momento del parto si a mí me “sacaran” a mi hijo?.

¿Por qué nadie me había dicho que yo iba a pasar en cuestión de segundos y dormida, de ser reina a esclava de un pequeño tirano?.

¿Por qué nadie me había dicho que me podía quedar con una anemia gigantesca que lo único que me pedía era dormir y quedarme quieta?

¿Por qué nadie me había dicho que el amor de madre cuidadora no se despierta instantáneamente y menos aún cuando a tu hijo te lo tienen que arrebatar porque por su tamaño y su posición no puede salir ni tú puedes ayudarle?

¿Por qué en aquellos cursos maravillosos a los que yo religiosamente asistí sin faltar a uno, no nos enseñaron a hacer la transición de mujer embarazada a madre cuidadora?

¿Por qué sólo se limitaron a enseñarnos a respirar y no se cuidaron de enseñarnos la adaptación afectiva que requería el proceso y más aún si no había parto?

Cómo odié a todos los familiares, que con su buena intención cantaban las alabanzas del bebé, pero en ningún momento se acordaban de mí que con los ojos cerrados por los efectos de la anestesia oía pero no podía hablar y solo deseaba gritar ¡FUERA TODOS! Dejadme que me adapte a mi nueva situación!.

Han pasado 23 años y aún tengo el recuerdo vivo.

Tenían que incluir en los cursos de preparación al parto una preparación psicológica que ayude a transitar hacia la maternidad. Quizás ya la incluyan, ¡ojalá!.

Y no quiero pensar cómo será esta situación en el Tercer Mundo. Yo tenía cubiertas todas las necesidades médicas y aún así note la falta del cuidado psicológico.

Quiero mandar un canto de alabanza a todas las madres del mundo en esos momentos difíciles del tránsito de la mujer embarazada a la madre cuidadora. ¡Ánimo!, Pensad que afortunadamente todo se pasa. Pero ese paso es muy duro y es mejor hacerlo sabiendo lo que te puede suceder, los sentimientos tan contradictorios que vas a tener, y una cosa muy importante déjate querer, cuidar. Recuerdo a mi madre cómo quería cuidarme pero yo no supe permitírselo ni permitírmelo.

Hoy me siento muy orgullosa de mi hijo. Han sido 23 años maravillosos. Ha merecido la pena.

4 comentarios

Carmen -

Experiencias de maternidades…

Menos mal que no todas las madres se sienten madres sólo por el hecho de haber pasado por un parto, cesárea o lo que toque. Menos mal que no todas se sienten absolutamente dichosas ante semejante experiencia que, algunas veces, supone un descalabro a la vida de la madre, importante, importante.

Ahí va la experiencia de otra madre, también de familia numerosa.

Primera hija: parto natural con dolor. Decisión propia no ponerme la epidural. El parto según mi amiga-ginecóloga iba a ser corto y yo quería pasar por la experiencia de notar el estiramiento muscular y poder ayudar en el nacimiento. Todo fue genial, dolió mucho, claro, pero un dolor con fruto. Ni un solo problema, bueno, salvo el amontonamiento de gente en la habitación que a mí me sobraba y que mi pareja en un par de miradas entendió y hábilmente (tengo que reconocerlo), solucionó.

Segundos hijos: dos chicos, embarazo gemelar de alto riesgo con reposo absoluto desde el tercer mes. Riesgo absoluto para mí de infección de la sangre (la bolsa de uno de los bebés estaba rota), con analíticas en casa cada dos días (me sentía como una toxicómana, ya no me quedaba vena donde pinchar), con fisioterapia en la cama para que no se me anquilosaran los músculos (no me podía levantar ni para ir el baño) y, sobre todo, inadaptación absoluta mía a esta situación. Me sentía, y lo era, una persona dependiente de todos, con un humor de perros por la inactividad, con una niña de año y medio que se tumbaba a mi lado como un cachorrillo y que quería jugar y yo no podía. Fue un infierno personal que no asumí ni un solo día.

Y llegó el momento: sensación como de aleteo en la vagina, un pie, a los seis meses. Llamada a mi ginecóloga: creo que ya. Respuesta de ella: ¡Oh, no!, demasiado pronto. Urgencia en llamadas (de ella), buscando lugar donde dispusieran de dos respiradores de alta frecuencia para los críos. Mi pareja y yo relativamente tranquilos al hospital, urgencias. Traigo el pie de un bebé fuera, digo. ¡Tonterías! me dice el “amable” ginecólogo que me atendió mientras llegaba mi amiga. Túmbese que la exploro… ¡Ahí va, rápido, preparen quirófano, hay un pie fuera (¿no me diga?). ¿Tiempo de gestación?, puff, mucho riesgo ¿lo sabe? ¡Llámenle! ¿A quién? A mi pareja, ¡llámenle! (no le habían dejado pasar a la exploración). Ni caso, me llevaban en la camilla corriendo por el pasillo desnudándome al tiempo. ¡¡¡¡Llámenle!!!!! O no entro. Ni caso. Abrieron la puerta del antequirófano, me senté en la camilla ante el asombro de todos, sujeté la puerta con la mano y dije: No entro si no viene él. Le llamaron. El pobre se quedó de piedra cuando vio que me metían sin avisarle. Nos explicaron que era un parto de alto riesgo que no sabían qué tipo de anestesia iban a tener que utilizar pero que había que realizar una cesárea de urgencia y él no podía estar presente. Creo (estoy segura) que lo pasó él peor que yo fuera, esperando, no sabíamos ninguno muy bien qué.

En el quirófano apareció un ginecólogo encantador. Aunque pueda parecer increíble yo estaba bastante tranquila aunque tremendamente preocupada. El médico me agarró la mano, me llamó por mi nombre, me explicó la dificultad de un parto tan prematuro con una bolsa rota, la dificultad para los dos niños y para mí. Se lo agradecí, le dije que lo entendía y que si había alguna posibilidad de mantenerme despierta y ver el parto. Me dijo que lo iba a intentar, que empezaría con epidural y luego ya veríamos. Le di las gracias. Empezó todo. Yo todo el rato consciente de mi respiración para estar lo + tranquila posible (no tenía dolores ni contracciones). Y, en cuestión de segundos, escuché decir al médico: Se complica, paso a general. Yo no sabía a qué se refería. ¿Qué pasa? Te dormimos, tranquila. Y me dormí.

No le deseo a nadie mi despertar. Helada en una camilla, absolutamente nadie a mi alrededor, en la sala de despertar junto al quirófano. Empecé a llamar: ¡Ehhhh, hay alguien por ahí? Primero suave, luego con unos gritos que no sé cómo no me quedé ronca. Me senté en la camilla (no me dolía nada) y seguí gritando. Entró una enfermera: ¿qué hace ahí sentada, no es consciente de que acaba de pasar por una cesárea? (no claro, no soy consciente de nada, subnormal). Yo a lo mío: ¿Dónde están los niños?, ¿Dónde está mi pareja? Ella: cálmese, tranquila, se le van a saltar los puntos… ¿Qué me calme? ¡Sáqueme de aquí ahora mismo y lléveme con los míos! Tranquila, serénese,… ¿Pero cómo quiere que me serene si no sé si alguno de los niños está vivo y mi pareja no está aquí?, ¿Me lo puede usted explicar?

Todavía hoy, ahora, al recordarlo, siento un escalofrío, es como si regresara al frio de aquel despertar.

Me llevan a la habitación. Ahí está él, llorando (¡Él llorando!, mal asunto). Se acerca, me abraza, me pregunta cómo me siento… ¿y tú cómo estás?, ¿por qué lloras? Ha muerto Lucas (ya tenían nombre), no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir ni siquiera con el respirador, no había desarrollado los pulmones. Miguel está en la UCI Pediátrica, le han conectado a un respirador de alta frecuencia pero, no te preocupes está hecho un machote. ¿Siii?, ¿Cuánto pesa? 1 kg.

Quiero verlo.

Los médicos dijeron que después de una cesárea no te puedes incorporar hasta no haber pasado no sé cuántas horas y bla, bla, bla… Mi pareja dijo: “Ella sí va a ir. Preparen una silla de ruedas porque si no la busco yo”. Los médicos dijeron que bajo nuestra responsabilidad. Nos miramos, nos sonreímos y lo asumimos.

Sillita de ruedas (me costó incorporarme, ya dolía, pero con cuidado y mucha ayuda lo conseguimos).

El impacto de la visión de “mi hijo” no creo que sea capaz de describirlo. No sé si alguna vez habéis visto de cerca a un Gran Prematuro. Son bebés porque te lo dicen si no podrían pasar por cualquier otro bichejo, todos forrados de pelo excepto donde todos lo tenemos: no tienen cejas, ni pestañas. Su cabeza tiene una desproporción mayúscula con el resto del cuerpo y una forma totalmente apepinada. Se encuentran metidos en una especie de incubadoras conectados a todo tipo de aparatos por innumerables cables, sondas, tubos,… El “tarzán” que yo me encontré se agitaba espasmódicamente por la entrada en su cuerpecillo de aire insuflado mediante un respirador de alta frecuencia. El impacto que me produjo su visión fue mayúsculo. No me sentía madre de “aquello”, no quería serlo. Desde mi silla, con el puño bien cerrado, le asesté un golpe a mi pareja donde le pillé (imaginaros el sitio desde mi posición de sentada y él de pie), que le dejé doblado, espetándole: ¿Por qué me has mentido? ¿Por qué me has dicho que estaba hecho un “machote”? ¡Esto no es un niño! En respuesta él me acarició (gracias).

A partir de ahí una experiencia larga e intensa con la que no os quiero aburrir, de superación personal por parte del crio, de mi pareja y de mí misma.

Tuvo consecuencias: Miguel podía haber tenido lesiones cerebrales severas (era lo + normal según los médicos debido al tiempo que estuvo sin intubar y, por tanto, sin oxigenar el cerebro), pero no las tuvo. Se pudo haber quedado sordo como otro de los bebés prematuros con los que compartió estancia, pero no pasó o con lesiones visuales, pero tampoco. El chaval ha sido minusválido hasta hace muy poco (por retraso psicomotriz), pero lo ha superado y le acaban de retirar la minusvalía (un orgullo para él, para su padre y para mí). Pero este largo camino ha tenido consecuencias. Su padre y yo nos separamos a los tres años de nacer el bebé. Este crio supuso para mí un empujón tremendo en mi crecimiento y desarrollo personal pero no en el del papá. No le gustó nada la persona en la que me iba convirtiendo, me veía como a una extraña, me recriminaba que dónde estaba la chica que él conoció y de la que se enamoró. Ya no existe ella, le decía yo. Y él se ponía malo porque él sí era el mismo de quince años atrás, no crecía porque entendía que ya había crecido lo suficiente, estaba muy contento de sí mismo. Yo asumí que él se mantuviera como quería mantenerse, pero él no me asumió a mí. Ya no quería a la persona en la que yo me había convertido.

El día que me miró de frente y me dijo, “Carmen, ya no te quiero”, sentí como me temblaban las piernas; me tuve que sentar para no caerme. El problema fue que yo sí le quería a él. Es verdad que cada vez estábamos + alejados pero yo creía que eso era posible, crecer yo, a mi manera y si él no quería hacerlo, también estaba en su derecho. Pero claro, seguramente yo jugaba con ventaja: lo entendía; él a mí no. Y eso que a mí no me preocupaba mucho porque había otras personas con las que compartía parte de mi tiempo que sí me entendían, resultó ser un problema para él. Sintió que le apartaba de mi confianza y que la depositaba en otras personas y no fue capaz de superarlo.

Bueno, bueno,… perdón por el melodrama, Teresa. Quizá nos sirva para entendernos un poco mejor a nosotras mismas desde la experiencia de la maternidad y del desarrollo de nuestra propia vida. Además también nos va a ayudar a conocer mejor a la persona que se nos va a poner enfrente el día que, por fin, nos dediquemos un rato.

Un beso,

Carmen

Alejandro -

Hola


Recuerdo un curso de doctorado que hice en Valencia titulado "maternidades", donde trabajábamos acerca de esta transición. Hay mucho mito acerca de esto de "ser madre". Imagino que muchos intereses sociales lo explican, más allá de la vivencia subjetiva particular de cada uno.

Yo te leo a ti y a Paloma con la envidia de no haber pasado aún por ello, así que poco puedo aportar desde mi experiencia.

Pero me recuerda algo que aprendí respecto a la transición de casarse (por la que tampoco he pasado, ja... apenas formalmente, informalmente sí) y es comprender que un proceso tan fundamental como el compromiso con tu pareja, con la idea casarse, FLUCTÚA, no es una constante. Es como el "amor de madre" que se da por hecho míticamente, que está siempre ahí, y desde luego, en el momento de nacimiento. Pero depende de tantos factores... el problema es que se generan (colocan) muchas expectivas que no tienen en cuenta el momento real.

Como decía Emilia Serra, mi catedrática de Psicología Evolutiva, el suceso evolutivo más importante y determinante es el de la paternidad-maternidad. Ella tiene la teoría de que los que han sido padres ganan un aspecto de madurez que los que no han sido padres tienen que ganar de otra manera. Es la idea de trascender las necesidades individuales, los hábitos, etc... en pos de otro ser humano que depende de ti. Esto es algo que ya tiene lugar durante las fases de intimidad en el inicio y mantenimiento de una relación de pareja, pero desde luego es mucho más importante en el momento en que se es padre o madre. Evidentemente, como bien dices, no es el suceso en sí el que logra esto, que se logre dependerá de muchas otras cosas, pero ahí está al menos el escenario, ¿no?

Qué pena en esta sociedad, lo estandarizado que está todo (con todas las normas hospitalarias)aunque desde luego vale la pena si se incrementa así la seguridad. Probablemente en culturas más tradicionales, se vive con mucha más naturalidad, en tu propia casa. Por supuesto con más riesgo en caso de surgir complicaciones.

Mucho trabajo de podría hacer, desde luego. No todo es respirar, ja...

Me hiciste pensar en un trabajo de hipnosis que hice con mi hermana cuando tuvo a sus dos hijos. Sobre todo me centré en la gestión del dolor, en tener en cuenta la importancia del momento, en un patrón de perspectiva para ver el momento del nacimiento dentro de una sencuencia más amplia. Pero entonces, esto último no lo hice tanto pensando en la transición de la que hablas, y hubiera sido mucho más apropiado, más que el tema del dolor en sí.

Bueno, qué grandes sois las mujeres en este tipo de situación, no exento de contradicciones y paradojas, como todo en el mundo. Yo desde luego, en esa situación, velaré por el bienestar de mi mujer, y le preguntaré qué necesita, y si es preciso, tiraré amablemente a todo el mundo. Respetar los momentos es fundamental ahí, desde luego.

Gracias por el testimonio

Alejandro

Teresa -

Hoy es un día especial. Creo que podría estar escribiendo toda la noche y no se bien porqué, son ya muchos cumpleaños de mis hijos. bien hoy toca esto.
Después de 23 años son tants y tantas las cosas sobre las que escribiría. ¡Cuántas ilusiones al tner tu primer hijo!. Cuántos miedos, y alegrías a la vez. Todo era tan nuevo y yo era tan inexperta. Menos mal que soy madre de familia numerosa (tú también sabes de esto) y las vivencias van cambiando, en mi caso a mejor. Mi tercera hija nació de parto natural y ni comparación la experiencia. Fue dolorosa, pero todo pasó al verla encima de mi barriga.
Gracias por leerme y compartir un trocito de tu vida
Bss Teresa

Paloma -

Hola Teresa!

Felicidades a ti y a tu hijo!

Después de ese momento que describes... después de encontrarme exhausta y aturdida por el momento del parto, recuerdo del nacimiento de mi hija mayor (Toda la noche con contracciones y sin querer salir hasta las 7.30 de la mañana)
después de ese momento, digo, lo siguiente que recuerdo fue el miedo que sentí al no oir su llanto. Estaba dormida. Después su olor, su cara y otros momentos mágicos y tiernos (o al menos yo los viví así),agradezco a la vida la oportunidad que me ha dado de experimentar este tipo de amor tan incondicional que no tiene fondo y nunca será gratamente pagado.
Las madres lo sabemos; nunca sabrán las horas de sueño que nos robaron, los hábitos que tuvimos que respetar por encima de nuestros deseos, las satisfacciones que nos daban sus primeras incursiones en el lenguaje, en nuestro espacio...

La preparación psicológica también es necesaria cuando ellos deciden que ha llegado su momento de volar. No te lo puedes creer. Volar, volar...
Creo que los padres somos los mayores expertos en improvisación que conozco.

Besos
Paloma